Estéticas de lo siniestro

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Estéticas de lo siniestro: juventudes violentadas y violentas

 
 
Estéticas de lo siniestro: juventudes violentadas y violentas

Estéticas de lo siniestro: juventudes violentadas y violentas

 La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Alfredo Nateras Domínguez*

Un fantasma está recorriendo nuestro país, desgarrando lenta e incisivamente el tejido social e impactando de manera dolorosa, en las vidas cotidianas de una gran diversidad de personas, trastocando las afectividades y los estados de ánimo colectivo. Dicho fantasma tiene un nombre: las violencias de muerte. Tales violencias adquieren una estética —la cual posee ciertas cualidades que aluden y despiertan la sensibilidad, las emociones y los sentimientos—. Dicha estética se visibiliza implacable a través del rostro de lo siniestro —Das Unheimlich— que se asemeja al horror/a lo espantoso/a lo angustiante/a lo espeluznante/a lo repulsivo/a lo desagradable —Ver Freud, 1978. Lo Siniestro. Ed. Letracierta. México—.

Si a las violencias de muerte que se están dando en todo el territorio nacional, les atribuimos una estética de lo siniestro, entonces hay que situarlas/anclarlas —a fin de comprenderlas de la mejor manera posible— a determinados contextos históricos y políticos, a partir de la irresponsable declaración de guerra que el expresidente Felipe de Jesús Calderón Hinojosa hizo al inicio de su mandato (2006-2012) contra el crimen organizado —ahora sabemos que fue un acto de legitimidad, ante el hecho de que se hizo de la Presidencia de la República, vía un vulgar fraude electoral—.

De 2006 a la fecha —pasando por el sexenio de Enrique Peña Nieto (2012-2018)— las violencias de muerte con sus estéticas de lo siniestro y, construyendo una metáfora

—nombrar una cosa para dar a entender otra— materialmente han estallado, es decir, se han desbordado, fluyen libremente, no están siendo contenidas y, lo más alarmante: no se vislumbran las mediaciones para al menos irlas desactivando. Van las cifras duras de las estéticas del horror: se calcula que del 2006 al 2018 —y contando—hay cerca de 240 mil muertos, de los cuales se estima que 135 mil son jóvenes y de esos, unos 65 mil a 75 mil, son chavales/morritos matándose entre sí, en otras palabras, la tesitura de las violencias de muerte y sus estéticas de lo siniestro que le acompañan, se ubican en un sector claramente definido: el juvenil.

Es de todos conocido, que los actores —los profesionales de las violencias— más letales que están llevando a cabo tales acciones en relación a las estéticas de lo siniestro, son básicamente —para el caso mexicano— los integrantes del llamado crimen organizado, que están actuando con total impunidad, descaro y en contubernio. Recuérdese como suceso paradigmático el angustiante —imagínense el sufrimiento de los familiares— e, indignante caso ocurrido en Iguala, Guerrero, entre el 26 y el 27 de septiembre de 2014, que culminó con la desaparición forzada de 43 jóvenes estudiantes de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos, en Ayotzinapa, Guerrero.  Incluso, hubo heridos de gravedad y se asesinó a mansalva a tres jóvenes. Se conoce que fueron policías los que intervinieron, después los entregaron a una célula del crimen organizado —narcotraficantes/Guerreros Unidos—, ¿acaso fueron ellos quienes los desaparecieron?

Estas violencias de muerte con sus estéticas de lo espantoso y lo espeluznante tienen que ver con la forma y la manera en que se está matando, que rebasa cualquier límite ético y, se coloca en lo burdo, lo absurdo/lo grotesco, como cuando se desmembra un cuerpo; o se le disuelve en ácido; o se le “entamba” con cemento; o se le decapita; o se le ­“pica” —hacerlo en pedacitos y tirarlo por las coladeras—; o se queman; o incluso hasta triturarlos. En este festival como espectáculo del mercado de la muerte podríamos decir: Dime como matas y te diré a qué agrupamiento perteneces. Por ejemplo: una parte de los matones y sicarios, que trabajan para el crimen organizado, fueron entrenados en las escuela militar norteamericana llamada Las Américas y, lo hacen con altas dosis de barbarie, para causar temor/miedo a los rivales y debilitar emocionalmente a los grupos contrarios, en particular conocemos a los sanguinarios y temibles Kaibiles.

¿Cómo leer cuando un niño mata a otro niño o cuando un joven aniquila a otro joven, parecido y similar a él? Sin duda, la respuesta es muy compleja/difícil y, tendría que ser provisoria. Considero que en esos casos, en el muchacho o en la muchacha, hay vacíos afectivos muy pronunciados, una especie de agujeros negros internos donde se diluye o se difumina lo social;lugares oscuros con carencia de humanidad. Y, quizás la siguiente interrogante sería: ¿Y cómo se construye o se hace social y culturalmente un niño o un joven así? Creo que básicamente sería por el abandono en el que transcurren sus existencias, es decir, abandonados por las instituciones —educativa-laboral—; la familia y con altos déficits de afecto/de cariño/de cuidados.

Si bien el panorama es muy desolador y el paisaje del país adquiere una imagen de ser un inmenso panteón, tendríamos que preguntarnos ¿Qué hacer? Una vía es construir una cultura de paz, que apele a volver a retejer la solidaridad; apostarle al trabajo comunitario; a la resolución pacífica de los conflictos; a fortalecer los valores de la democracia —respeto a la diferencia, equidad de género y reducir las desigualdades sociales/económicas—. Lo preocupante es que la mayoría de los suspirantes presidenciales, seguirían con las mismas políticas de seguridad, que han sido un rotundo fracaso. No se trata de más tecnología —armamento/cámaras de video— sino de dar un viraje de perspectiva con creatividad, inteligencia y arrojo; tendiente a pacificar al país donde todas las voces participen y ¿por qué no? empezar con un sincero diálogo nacional.

* Profesor-investigador del Departamento de Sociología de la Unidad Iztapalapa de la Universidad Autónoma Metropolitana

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